Detesto el Fútbol

No sólo no entiendo fútbol, sino que me apesta el fervor popular y populista que crea ídolos de diseño y subordinados de alpargata, que balan al unísono un beeeee disfrazado del “podemos”.

Enhorabuena a los que disfrutan de ello y a los que pasean palmito por un césped prefabricado, pero mi mayor felicitación es  para los pensadores de cuatro,  por su campaña de marketing y su hipnotizador mensaje al más puro estilo sectario.    FELICIDADES.

Y a esos héroes del balón, por supuesto de nuevo Felicidades, me he tragado (muy a  mi pesar) el dichoso partidito y admito que se les ve sudar  y pese a  mi ignorancia en la materia, parece que sí poseen esos méritos misericordiosos, y claro está, que si el cielo es la victoria, con estos jugadores ahora somos todos politeístas.

Lo siento un poco para los que no opináis como yo, y para quienes critican que no se me erice el vello por verles en la “lucha”, o lo más de lo más, sentir los colores, pero no entiendo que se pare el mundo porque unos señores decidan jugar a la pelota.

Menos comprendo, que en plena crisis, cuando no sé ni como voy a pagar los créditos del mes pasado y mucho menos los de este, el señor presidente, y los señores y señoras de la corona, viajen a gastos pagados por la fiebre de la camiseta, mientras muchos de esos que sudan en casa y vociferan a modo de entrenador,  no sólo deben transpirar las axilas, sino que rozan la deshidratación  para llegar a medio mes…

¿Qué nos está pasando queridas compañeras de cromosomas?, a mi me pasa la impotencia, pues pensaba que en casa pasaban y resulta que de la que pasan es de mí.

El orgullo del rojo, el ímpetu de los colores posee más fuerza incluso que el cabreo que me va subiendo y no precisamente por la emoción.

Detesto el fútbol, lo admito, pero no por los que juegan, sino por el circo que tienen montado los que saben, abusando de aquellos que se olvidan de saber para convertirse en masa. Yo sé que mi hastío por ser muchedumbre tiene un capítulo de vanidad, y que si lo enlazamos con mi deferencia artística y ganas de escenario, tal vez me vuelve un poco idiota, pero reconozco que me enferma dejarme llevar.

No es una enfermedad que se cure con tiritas, y ni los cuerpazos de semejantes tíos buenos, (aunque alguno sólo de cabeza para abajo…) son suficiente para remediar mis males. Los puñeteros pitidos de los coches,  mis vecinos dando saltos, la sonrisa por ser un todos, que en mi pueblo hasta lucen con petardos y fuegos artificiales… me molestan.

Es cierto, debe ser que me he convertido en una carca, una intolerante y además una amargada, pero la sola idea de ser feliz porque otros lo son, unos lo deciden y el resto lo apoya me da por saco, por ser algo fina, aunque sé que en cinco minutos, con este Madrid enloquecido, y con mi compañero de cama convertido en uno más, tal vez sea más prudente hablar del trasero.

Lo siento por la afición, pero la mía por las letras son mi prozac a modo de S.O.S., y en este caso sólo puedo darle a la sobredosis, y juntar letritas camuflando metadona.