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La muerte de los seres queridos

La existencia, como cualquiera sabe, no es más que una serie de pérdidas, y así perdemos nuestros juguetes cuando somos niños y cuando ya somos adultos perdemos afectos, trabajos y muchas otras cosas más. Y al final, como si no nos hubiera bastado, también perdemos la vida, valga la ironía.

Pero de todas las pérdidas, la peor parecería ser la de los seres queridos. ¿Pero realmente es así?

Muchas veces hemos escuchado a una madre que ha perdido a su hijo afirmar que esa pérdida no se compara con ninguna otra. ¿Pero realmente es así?

Afirmar lo contrario respecto de algo que parece tan evidente seguramente nos colocaría ipso facto en el primer puesto de la lista de los insensatos, si es que esa lista existe en algún lugar.

Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer –y lo más rápidamente posible– es brindar las razones por las que decimos tamaña cosa.

Probablemente todos los que lean estas líneas han conocido el pesar que se siente ante la muerte de algún familiar, dando por sentado que ese pesar estaba relacionado directamente con la muerte del ser querido. ¿Con que fin uno cuestionaría lo que resulta a todas luces tan evidente?

Analicemos un poco las cosas a ver qué sucede. Supongamos que alguien nos llama por teléfono y nos dice que tal pariente, al que tanto afecto le teníamos, falleció. Bien. De pronto sentimos una gran congoja y nos echamos a llorar como cualquier persona decente que se precie de serlo. Al día siguiente nos vuelven a llamar por teléfono y nos dicen que todo fue un error, porque esa persona está viva.

¿Qué sucedió en realidad? Pues sucedió que la mera creencia en que tal persona murió nos produjo un gran pesar. La primera idea lógica que surge de esto es que no es necesario que la muerte de un ser querido se produzca realmente, porque basta que lo creamos así.

¿Hay algo más? Sí, hay algo más, pues el mero hecho de que nos informaran de la muerte de un ser querido, nos implantó, nos guste o no, y fuera cierto o no, un engrama de dolor emocional

¿Por qué sucede esto? Esto sucede porque la mente reactiva es un mecanismo que no piensa, solo reacciona. Al recibir la noticia de una pérdida disminuye el poder analítico y al mismo tiempo, y en la misma medida, se activa la mente reactiva grabando todo lo que sucede, ya que se trata de un mecanismo de supervivencia.

¿Por qué graba todo la mente reactiva? La mente reactiva graba todo para que en el futuro, cuando se produzca una situación similar, pueda avisarle al organismo que hay una situación de peligro y que debe huir. No importa que no haya peligro ni nada que se le parezca, porque la mente reactiva no se hizo para pensar sino para reaccionar automáticamente sin razonar.

¿Qué la mente reactiva es un mecanismo idiota? Pues no, no es idiota, es subidiota. Pero así funciona. Y esto es lógico, porque si la mente reactiva razonara, mientras lo hace el organismo podría perecer. No hay tiempo para razonar, sino solo para huir.

La mente reactiva está diseñada para huir en primer lugar y para averiguar porqué se huyó en segundo lugar, es decir, cuando ya no importa saberlo.

Ahora bien, y continuando con el razonamiento, observamos que si la muerte anunciada en realidad no ocurrió, igual hemos recibido un engrama de dolor emocional como si la muerte hubiera sido real.

¿La alegría de saber que nuestro familiar vive nos libera de lo que los psiquiatras llaman «duelo patológico»? Categóricamente no. En lo sucesivo, los trastornos que suframos serán similares a los de la muerte real del ser querido.

¿Entonces la muerte de nuestro familiar no tiene nada que ver con el duelo patológico? ¡Pues sí, así es!, porque el duelo patológico no tiene nada que ver con la muerte sino con el engrama que provoca la creencia en esa muerte.

¿Entonces todo lo que hace la Psiquiatría sobre el duelo patológico es pura charlatanería?

Bueno, lamentablemente es así, porque la única responsable del duelo patológico es, por un lado, la mente reactiva, y por el otro la dramatización del engrama implantado por esa muerte anunciada, real o falsa.

Concretamente, entonces, no es la gravedad de la pérdida lo que provoca el duelo patológico, sino la gravedad del engrama, cuya fuerza de compulsión pasa por otros parámetros.

Un engrama tendrá mayor fuerza de compulsión cuanto mayor sea la profundidad de la inconsciencia y mayor sea el dolor que contenga, sumado a los engramas anteriores que tenga la persona, tanto de dolor físico como de dolor emocional. Y para complicar más aún las cosas en el futuro se sumarán otros engramas.

¿En qué circunstancias esto se produce en mayor medida? Pues obviamente en el quirófano, donde hay máxima inconsciencia y máximo dolor.

Desde ya que cuando hablamos de «inconsciencia» nos estamos refiriendo a la mente analítica, ya que la mente reactiva nunca está inconsciente, sino siempre está alerta, ya que se trata, como ya hemos dicho, de un mecanismo de supervivencia.

¿Y en qué circunstancias habrá menor inconsciencia y menor dolor? Pues en una simple quemadura o una simple herida, donde el dolor es mínimo y la disminución de la conciencia apenas se nota. Un engrama recibido en estas condiciones no merece en realidad el nombre de engrama y por eso en Cienciología se lo denomina «candado».

Una de las pruebas que se le hacen a los incipientes cienciólogos para que puedan captar lo que es un engrama consiste en pellizcarle el brazo y hacerle tomar las latitas del E-Metro.

Luego el auditor le pide que retorne al momento en que recibió el pellizco y que al mismo tiempo observe las agujas del cuadrante que en ese momento flotaban. Verá con sorpresa que la aguja se mueve imperceptiblemente marcando carga, la carga del engrama.

Ya podrá imaginarse cualquiera lo que ocurre con la vida de una persona a medida que va acumulando uno tras otro sin nunca eliminarlos.

No quisiera concluir esta somera explicación señalando un hecho que forma parte de mi experiencia.

A la en ese entonces «Asociación Dianética», concurrió una madre que había perdido a su hijo. Yo la encontré al poco tiempo de casualidad por la calle y naturalmente le pregunté qué tal le había ido con la auditación, sabiendo del dolor de tal pérdida.

Y la respuesta fue que después de auditar la muerte de su hijo desapareció como por arte de magia el pesar que le producía el solo hecho de recordarlo.

En mi caso particular lo comprobé con la muerte de mi padre, suceso que también audité, y a quien ahora puedo recordar sin que me produzca la más mínima congoja.

Si esa mujer no hubiera eliminado el engrama que le causó la muerte de su hijo, y yo a mi vez no hubiera eliminado el engrama que me causó la muerte de mi padre, ambos seguiríamos acongojados por esos hechos luctuosos.

No es la pérdida, entonces, por más grave que sea, la causa del pesar, sino la reestimulación del eneagrama que la contiene: eliminado el eneagrama el pesar desaparece.

Horacio Velmont

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