
Crisis económica puede ampliar desigualdades entre hombres y mujeres en el trabajo
Responsables del trabajo doméstico y de cuidado, no valorizados por la economía de mercado, las mujeres son las más afectadas por los mecanismos de precarización del trabajo. Para especialistas del campo de la economía feminista, el retiro del Estado de los servicios básicos siempre se traduce en más trabajo no remunerado para las mujeres. Por ello, ante un escenario de crisis, es urgente romper con la división sexual del trabajo doméstico y diseñar un nuevo paradigma de sostenibilidad de la vida humana.
Históricamente en la sociedad las relaciones desiguales entre hombre y mujeres fueron sustentadas por la separación y jerarquización del trabajo por género. El trabajo del hombre y la mujer están separados entre trabajo productivo y reproductivo, y es jerarquizado de tal forma que el trabajo productivo, considerado “masculino”, tiene mayor valor económico que el reproductivo, considerado “femenino”. También, históricamente, las mujeres fueron relegadas al trabajo doméstico y de cuidado y excluidas de lo que se entiende, hoy en día, por economía.
Romper con la división sexual del trabajo siempre ha sido una lucha del movimiento feminista. Sin embargo, en un escenario como la actual crisis capitalista, colocar este tema en el centro del debate es estratégico para combatir las desigualdades entre hombres y mujeres. En los últimos días de agosto reunidas en un seminario internacional, realizado en Sao Paulo, especialistas del campo de la economía feminista de diferentes partes del mundo, afirmaron que es urgente construir una nueva dinámica de relaciones sociales y diseñar un nuevo paradigma de sostenibilidad de la vida humana.
“La división sexual de los trabajos profesionales y domésticos entre hombres y mujeres no es resultado de una conciliación armoniosa, entre ambos roles, sino de relaciones sociales contradictorias y antagónicas. Es un reflejo de las relaciones de explotación, opresión y dominación de los hombres sobre las mujeres”, afirma Helena Hirata, socióloga e investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica –CNRS– de Francia. “De ahí la importancia de reconceptualizar el trabajo de la manera más amplia posible, para tener una visión general de los trabajos: profesional y doméstico, remunerado o no, formal o informal. Porque si excluimos el trabajo doméstico de la economía, invisibilizamos gran parte del trabajo de las mujeres”, explica.
El tema no es nuevo, es la realidad laboral de la mujer, a pesar del aumento de las mujeres en el mercado laboral en los últimos 45 años —incluyendo la superación de los hombres en el campo de la educación en casi todas la áreas—, el trabajo doméstico y de cuidado sigue siendo responsabilidad de las mujeres. En Francia, por ejemplo, una mujer casada con hijos dedica al trabajo doméstico 4,36 horas por día. Mientras que los hombres buscan sólo dos horas para los servicios del hogar y la familia. En Japón, la desigualdad es brutal: más de 4 horas al día para las mujeres contra 20 minutos de los hombres. En Brasil, la última encuesta del IBGE mostró el 2009 que las brasileñas dedican 20 horas semanales al trabajo doméstico contra 9,5 de los hombres.
Según las investigaciones, la desigualdad también persiste en el mercado convencional del trabajo. Con la profundización de la globalización, el trabajo precario alcanzó a más mujeres que hombres en términos de empleo. “Los empleos femeninos creados son vulnerables, con condiciones de trabajo precarizado. Luchamos mucho para tener trabajo profesional para las mujeres, pero esto reforzó toda una lógica del trabajo precarizado”, explica Helena Hirata. “Las mujeres que salieron de casa para trabajar hicieron lo que llamamos externalización del trabajo doméstico, a través de la delegación de las tareas de lavar la ropa, cuidar la casa y los niños a otras mujeres. Esta delegación está muy desarrollada en Brasil. Durante el año 2010 eran cerca de 7 millones de jornaleras mujeres”, añade.
Para la ecuatoriana Magdalena León, de la Red de Mujeres Transformando la Economía –REMTE–, el propio modelo capitalista se encargó de visibilizar a las mujeres e instrumentalizar su apoyo, con la multiplicación de los trabajos. “Durante el ajuste neoliberal, por ejemplo, cuando lo que estaba en juego era la mercantilización de la vida, las mujeres desarrollaron estrategias de sobrevivencia, afirmando nuestro papel como permanentes generadoras de medios de vida y condiciones de subsistencia, más allá del dinero,” relata. En este marco “nosotras, feministas, recuperamos principios de otra economía: la reciprocidad, la solidaridad y la complementariedad, en vez de la competencia y la eliminación del otro,” remarca.
Ahora, en un nuevo escenario de crisis capitalista, el riesgo del aumento de la desigualdad entre hombres y mujeres en el mundo del trabajo es enorme, evalúan las feministas. Sea porque las mujeres ocupan puestos de trabajo más precarios, que tienden a ampliarse; o por el retiro del Estado de los servicios básicos, implicaría un mayor trabajo para las mujeres. “El objetivo es reducir lo que se considera necesario para garantizar las condiciones de vida de los trabajadores”, critica Antonella Picchio, de la Universidad de Modena, Italia. Para ella, el tiempo de trabajo de las mujeres es utilizado como si fuera un recurso inagotable para sostener el actual modelo económico de la sociedad.
“El problema del trabajo no remunerado es fundamental para las mujeres. Este se usa para hacer que los recursos monetarios asignados al trabajo basten para mantener la casa, porque otros —en el caso de las mujeres— trabajan sin recibir. El sistema descarga a las familias una gran tensión sobre loa recursos necesarios para la vida y usa a las mujeres para el trabajo doméstico y de cuidado”, dice Antonella, para quien el trabajo no remunerado se encuentra en el corazón del conflicto de la cuestión productiva, distributiva y de la política contemporánea.
Estado cuidador
Para hacer frente a las desigualdades entre hombres y mujeres en el mundo del trabajo, es necesario, en la evaluación de las especialistas presentes en el seminario, transformar la actual división sexual del trabajo en relación con el trabajo doméstico y cobrar al Estado su responsabilidad con el trabajo de cuidado. “El cuidado no es sólo una actitud de preocupación y atención con el otro, también es un trabajo material concreto”, afirma Helena Hirata. “Tenemos que construir un Estado que sea cuidador, responsable y participativo. No podemos pensar en el bienestar como algo que se da naturalmente”, añade Antonella Picchio.
En la agenda política de algunos países, el trabajo de cuidado ya está siendo redefinido como un flujo de acciones con resultados materiales sustantivos para la vida. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL–, una agencia de las Naciones Unidas, afirma en sus documentos que el cuidado de personas dependientes debe ser compartido entre los Estados y las familias. “Es una agenda que de a pocos comienza a ser consensuada entre líderes políticos de la región. Estamos en momentos de inflexiones, de reflexiones y redefiniciones de las relaciones”, analiza Magdalena León. “Pero esta crisis, que es una de las mayores, se está moviendo a gran velocidad. Y si las mujeres no luchan por otra política, serán sacrificadas”, concluye Antonella.

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